miércoles, 29 de abril de 2009

la Influenza y la política

La influenza, actual epidemia en la ciudad de México, ha generado un sinfín de opiniones que van desde las que consideran que es una tomadura de pelo, una acción del gobierno para desviar la atención de asuntos trascendentes y manipular la opinión pública por medio del miedo, hasta las conjuras internacionales para mantener el dominio del dólar en el mercado mundial.
Mientras el gobierno Mexicano informó tardíamente a la población en general y aún ocultó datos a nivel internacional, causando reacciones de enojo como la que tuvo Brasil, la sociedad civil reacciona con toda la gama que lo hace una multitud de seres humanos que conviven dentro de una gran metrópoli como la nuestra.
Los escépticos no son por generación espontanea, son el resultado del conocimiento de los errores y grandes mentiras que en el pasado próximo han realizado los gobiernos priistas y panistas, (hoy apoyados por los del PRD). La desconfianza en los partidos y los gobiernos surgidos en las últimas décadas, dadas las direcciones y acciones que han tomado éstos, alejándose de beneficiar a la mayoría de la población y exhibiendo la corrupción cada vez más abierta y cínica han propiciado que a los políticos sólo se les vea como una clase que no sirve a los intereses de México, y se considere la desaparición de ellos ya que lo que hacen es para su beneficio particular olvidándose que están ahí para servir y no servirse de su puesto.
Hoy, los graves problemas económicos por los que atraviesa nuestro país, problemas generados desde hace muchos años, se han agudizado por aferrarse a una visión neoliberal que a contra corriente de las medidas tomadas por muchos gobiernos en el mundo incluido el país más capitalista, Los Estados Unidos de Norteamérica, se empecina en seguir el gobierno mexicano.
Las políticas seguidas hasta ahora, han aumentado el endeudamiento del país, han abierto las puertas a los negocios trasnacionales que generan corrupción y grandes fortunas para la amafiada clase política de todos los colores. Desaparición de las ganancias petroleras sin explicación alguna, descuido de los servicios públicos para posteriormente concesionarlos a empresas privadas con su respectivo “moche” para quien le permite hacer negocio. En fin desaparición del Estado General sustituido por un Estado apropiado por los partidos para beneficio personal de aquellos, dentro de ellos, que más tráfico de influencias, o chantajes de poder puedan acumular.
La llamada “iniciativa privada” está de plácemes gracias a que muchos políticos son ahora, gracias a su paso por el poder, “empresarios” y defienden la “libertad”, claro que esa libertad se refiere a que se les deje seguir con el saqueo y robo de la riqueza nacional. La complicidad de las cadenas televisivas, dueñas además de otros medios de comunicación, como son la radio y las revistas, aumenta el control de la manera en que percibe la población el Poder, manipulando la información o desinformando a conveniencia. Tratando de formar una opinión favorable para el gobierno y haciendo creer que los beneficiarios de las acciones del gobierno son en beneficio de los ciudadanos.
A la crisis económica nacional, se sumó y la agravó, la crisis internacional. También está la crisis de seguridad aumentada por la “guerra” declarada a conveniencia por un Calderón militarista. Y por si no fuera suficiente, hoy se une una nueva crisis, la epidemia de la influenza, haciendo que la situación económica empeore y la ciudadanía se vea sitiada por la duda y el temor, sin saber si es real o ficticia la enfermedad o fue provocada intencionalmente por el gobierno o por los narcos, o quizá por accidente, debido a permisos adulterados y corruptos para con empresas porcinas extranjeras como Granjas Carroll que hay en Veracruz.
Por lo tanto mientras subsistan los actuales partidos y los políticos de todos los colores sigan teniendo la libertad de hacer y deshacer sin que se les retire del poder, México seguirá sumido en todo tipo de crisis y no será un país donde la gente pueda llegar a disfrutar de las riquezas que esta nación tiene sino que seguirá viviendo el triste espectáculo de la corrupción diaria y sufrirá la violencia, la pobreza y deterioro de la calidad de vida de aquellos que aún tienen un poco más que la gran mayoría de los mexicanos sumidos en la miseria y el hambre.
Carlos Flavio Rodriguez
29 de abril de 2009

viernes, 17 de abril de 2009

Narraciones e imagenes de Veracruz



Veracruz
I
Todo pasa a gran velocidad desde la ventana del vagón en el que voy. Miro con asombro las montañas, a veces cercanas, luego lejanas, mostrándome la gran extensión de tierra que se pierde al instante de mi vista. Las escasas nubes blancas, en el gran cielo azul, cobijan la bandada volando. Otras aves se encaraman en los árboles. Los árboles, gran cantidad de árboles, con su rica variedad de colores, por todos lados se presentan ante mí. Ante mí, me repetí mentalmente, y me admiré de estar ahí, a mis once años, viajando por primera vez, en tren, fuera de mi ciudad, de la gran ciudad. Estoy absorto en el paisaje, contemplo la grandiosidad de la naturaleza, la belleza de los colores, las formas. Las formas naturales de la vegetación mudando a las de la gente, cuando llega el tren a la estación donde hace escala. Las personas se mueven por todos lados, como se mueven las ramas con la suave brisa; sus coloridos vestidos ondean cuando caminan, dan la impresión de ser el escenario de una danza colectiva. Las mujeres alzan sus brazos para poner, frente a las ventanas de los vagones, las frutas, los helados, el atole o el café, las aguas de sabores, el pan, los tamales o una múltiple variedades de dulces. Con la voz en alto, como cánticos de coros, ofrecen a los pasajeros los productos del campo, transformados durante la noche con sus manos, en ofrendas al paladar.
Atrás deja el ferrocarril los pregones, que se apagan cuando se mueve. Sigue el viaje por cañadas y desfiladeros para alcanzar la cima de Cofre de Peróte. También pasa muy cerca del Pico de Orizaba. Cuando al fin llega a su destino, El Puerto de Veracruz, yo continúo con mis asombros; un maletero con la piel más oscura que haya visto en mi corta vida y la sonrisa más blanca y contagiosa, se acercó a mi familia, solícito les dice a mis padres que los puede llevar a un buen hotel cerca de la estación; así que todos nos dirigimos hacia donde nos indica el veracruzano; pasamos por la aduana, por el mercado de artesanías y recorremos todo el malecón. El moreno no deja de hablar, me pregunto cuantas veces repite lo mismo durante el día. Dijo que el hotel estaba cerca, pero a mí me parece bastante retirado de donde estábamos. Ocho calles más y al fin llegamos.
Todo era nuevo para mí, el limpio cielo azul, el sofocante calor, el gran mar, el inmenso y siempre Gran Mar. Mis padres nos llevan, a mis hermanos y a mí al centro, mi madre insiste en que visitemos la parroquia del lugar, yo quiero seguir corriendo tras las palomas. Al salir de la iglesia, vamos a que nos compren un helado. Güero, güero me gritan por todas partes los vendedores que llaman la atención de esa manera, llegamos al local de la esquina donde ofrecen múltiples sabores, yo lo pido de mamey. Como el helado no me quita la sed, me compran un agua de Jamaica con mucho hielo. Vamos de regreso por donde ya pasamos con el maletero, ahí está el mercado de artesanías en donde conozco toda clase de chácharas, venden cosas tan inútiles como sin gusto; prefiero que me compren una cocada en lugar de una concha con las palabras “Recuerdo de Veracruz".
Nos subimos a un camión, descubierto por todos lados, para ir a mandinga. Ahí comimos en la orilla de la playa, eran los camarones más sabrosos que había probado, bueno, eran los primeros camarones que probaba, de veras, que ricos estaban. En mandinga disfruté por primera vez de la playa, me tiré en la arena revolcándome que daba gusto, mi madre se enojó conmigo porque terminé lleno de arena ensuciando mi ropa. Ésa ocasión no llevamos traje de baño, ni ropa para cambiarnos, así que durante el regreso al puerto, me sacudían la arena al tiempo que me daban algunos manotazos.
Al día siguiente nos pusieron condiciones para ir al mar, mis hermanos respondían sí a todo, yo sólo escuchaba. Ahora sí llevamos trajes de baño. Al llegar a la arena, comencé a escarbar y acumular, dejando a mi imaginación transportarme a los castillos que vi en mis libros. Entre tanto, mis hermanos corren cuando una ola se acerca, y cuando ésta se retira, vuelven cerca del agua. No se atreven ni siquiera a mojarse. No me di cuenta cuanto tiempo pasé construyendo mí castillo. El sol comenzó a esconderse en el horizonte cuando levanté la vista para buscar a mi familia, no los vi ni a la derecha ni a la izquierda, me paré para buscarlos y sólo vi gente extraña pero no a los míos. Fui al agua para enjuagarme la arena de las manos y seguir buscándolos. En cuanto toqué el agua sentí lo fresco del mar, era una agradable sensación, algo único, como si el mar me acariciara con ternura. Me dejé llevar por esa emoción, por el efecto que me producía mojarme el cuerpo. Tomé el líquido con mis manos y me empapé, una y otra vez, para que escurriera por mí cuerpo. Mis ojos no se apartaron del agua, me sentí en medio de una misa. Elevé la vista al cielo para agradecer lo que tenía; entonces fue cuando a lo lejos, sobre la superficie del agua, vi salir y volver a sumergirse algo que no alcance a distinguir. No pude observar bien que era eso, estaba muy lejos, fue una visión repentina, fugaz. Busqué en la distancia tratando de descubrir aquella imagen, afiné mis sentidos y alcancé escuchar un lejano sonido, era como una extraña resonancia magnificada dentro de mí. Era una hermosa música y dije: “se escucha como cuando se rasga un pétalo de rosa” Al oírme decir eso, recordé las palabras, “tu descendencia oirá rasgar los pétalos de rosas”, que le dijo una gitana, en el malecón, a mi madre, cuando nos dirigíamos al hotel; nadie le hizo caso a sus palabras. Ahora, yo escuché esa melodía, y creí oír como si se rasgara un pétalo de rosa. Pero, ¡yo nunca había rasgado un pétalo de rosa!, ¿cómo podría saber como se escucha?
Aquella visión sobre el horizonte y percibir algo tan mágico, me motivó adentrarme en el mar. Sin temor metí mi cuerpo hasta los hombros, era una bella experiencia, ya que nunca había entrado al mar. Decidí nadar en esa inmensidad. Mi satisfacción era total, no me importó nada, sólo sentía. De pronto un jalón me atrajo al fondo, estaba en una fosa, una hondonada en la arena debajo del agua. Me descontrolé, no atiné hacer algo más que mover los brazos y piernas rápidamente. Desesperado, intenté salir pero fui perdiendo fuerza. Cansado, el tiempo se me hizo eterno, sentí miedo. Debajo del agua toda dimensión se pierde, no sabes si arriba, abajo o a los lados es la salida. Tu vista no distingue las formas, hay muchos brillos que te nublan los ojos volviendo plano todo delante de ti. Di unas brazadas desesperadas, me faltó aire, me sofoque, la cabeza me dolió, tuve un mareo y perdí el conocimiento.
Volví en mí como de un sueño, toda mi visión seguía nublada. Aún no comprendía que pasaba, cuando, entre neblina densa, vi una borrosa figura acercándose, es un ángel pensé, pero ya no supe de mí, volví a desmayarme. Al despertar, entre varias rocas donde no me llegaba el agua, no había nadie cerca de mí. No sabía cuanto tiempo pasó desde que me había acercado al agua para enjuagarme. Estaba extrañamente tranquilo, no me preocupé por estar sólo ni por lo que me había ocurrido. Un raro aroma invadía mi olfato, era especial, creí que lo que emanaba ese olor tan especial estaba cerca de mí, pero no vi nada que pudiera emitir esa fragancia. Me percaté que era yo el que estaba lleno de ese suave y agradable perfume.
Me localizaron cerca del lugar donde escarbé en la arena. Cuando me encontraron, me regañaron, porque según mis padres, jugué a esconderme tras las rocas, y no supieron de mí hasta que uno de mis hermanos me vio. No sé que pasó, pero para mi familia, yo me escondí y tardaron algo más de quince minutos en hallarme. Mi madre percibió el olor que yo tenía, supuso que era su fragancia qué, al estar cerca del mar, provocó esa emanación. Sin darle mayor importancia no lo mencionó.
Ya en la habitación del hotel, me bañé; me tallé fuerte sin lograr desprender ese humor que era persistente, una mezcla de aroma marino y algo confuso que no logré reconocer, era combinación de olores florales y secreción de piel.
Al pasar los años el aroma disminuyó y casi desapareció; aunque de vez en cuando, sin motivo aparente, lo vuelvo a percibir, lastima que se desvanece muy rápido. Desde entonces no he olido nada igual.


Veracruz II
El autobús recorre el bulevar, veo todo a gran velocidad desde la ventana. A través de ella, miro con indiferencia las rayas de colores en que se convierten los objetos que pasan frente a mí. El calor baña de sudor mi cara, paso el paliacate por mi frente, pero aún las gotas caen en mis ojos irritándolos. Tal vez inconscientemente, para compensar la temperatura, veo el mar. Desde mi observatorio rodante, las distancias se hacen interminables, el colorido y la alegría del mar, contrastan en mi memoria con el recuerdo del gris de la Gran Ciudad. Quedan atrás las aceras grises con autos grises, las casas grises con ventanas grises, así como todo aquello que le da un toque de tristeza a mi vida gris. Ahora, al ver la grandiosidad de la naturaleza, el verde del mar, la belleza del azul del cielo y las aves volando cercanas a la superficie del agua, no puedo menos que agradecer volver estar aquí.
Poco a poco el vaivén del mar atrajo mi atención, las alegres olas, rizadas, juguetonas, llegan para pisar la arena y se regresan presurosas, como huyendo. Es un juego de pisa y corre, parecido a lo que jugaban mis hermanos cuando eran chicos y todos venimos por primera vez a Veracruz. Decido bajar del camión e ir a caminar por el bulevar. Deambulo sobre la barda que limita la banqueta de la playa. En la mayor parte de la orilla del bulevar, no hay arena, en su lugar, además de la barda hay una barrera de piedras. Detengo mi recorrido y paso por entre las rocas, para sentarme en una piedra de gran volumen a ver el mar. Desde la lejanía se acercan las olas, se forman como pequeñas ondas hasta ir creciendo casi imperceptibles, yo las sigo con la mirada hasta que rompen en la orilla. Las olas llegan y me salpican. Paso mucho tiempo mirando llegar las olas. Sentir lo fresco del agua me recuerda lo que sentí, aquella primera vez que toqué el líquido salado del mar. De pronto me doy cuenta que, lo que envuelve mi pensamiento en ese momento, es una escena contemplada cuando tenía once años. Un súbito interés hace que mire a lo lejos. Como si ya lo esperara algo sale del agua por un momento, da vuelta y se sumerge; ¿Qué era eso que se movió en lo lejano del mar?, ¿fue un gran pez? Un impulso dentro de mí me hace acercarme al agua; las grandes olas lanzan abundante espuma blanca, las rocas son lamidas por el agua, el ambiente se llena de movimiento y color. Estoy embelesado ante el ancho océano. Tuve la visión de algo hermoso y profundo. Lo que vi a lo lejos, era la materialización de ese continuo sueño largamente incubado, ese sueño que se desvanecía rápidamente sin comprender su significado, aunque cada vez que lo tenía me remitía al mar, a una sensación de satisfacción y paz.
En mi mente son pocas las cosas que guardo, la mayoría de ellas se borran y no las recuerdo; sin embargo, aquella imagen aún como ilusión, la llevo siempre presente, por eso hoy, al observar el insólito surgimiento en el mar, una rara emoción, mezcla de incertidumbre y esperanza recorrió mi ser. ¿Esperanza?, ¿Por qué esperanza?, ¿Qué espero?, ¿Qué deseo?. Preguntas que me surgen sin descifrarlas.
Continúo contemplando la lejanía con el sol a plomo, ya no veo sino la mar en calma. Creo que tuve un espejismo provocado por el gran calor de este mediodía. Para atenuar lo caliente que siento en el cuerpo, me meto en el agua; al sentir la caricia de la frescura del mar, redescubro sensaciones que me provocan placer. La sensibilidad de mi piel responde al simple roce del líquido con satisfacción y me motiva para que acaricie el agua con mis manos. Placer y ternura se conjugan cuando siento vibrar el agua respondiendo a mis caricias. Una agradable armonía con el mar, integración de dos seres. Estoy invadido por mi identificación frente a un espejo; experimento placer, paz y plenitud. Sin darme cuenta, llega el atardecer; el sol, detrás de enormes nubes negras, prolonga su lánguida luz naranja. Las nubes llenan el espacio recorrido por el sol. Sobre el agua, se desvanece la última claridad.


El mar de Veracruz

El mar se agita, se vuelve impetuoso. El pardo mar de Veracruz tiene carácter, se acompaña de vientos amarillos, de nublados grises, de lluvias azules y en ocasiones, las más, de blancas tormentas eléctricas, con múltiples rayos plateados, abriendo el negro cielo. Todo ello enmarca su personalidad. El mar de Veracruz no a todos les gusta, no es un mar hermoso, pero observándolo detenidamente se descubre su atractivo.
Me encontraba, como otros días, tumbado en la arena color avellana. Frecuentemente venía a la playa para disfrutar del aire fresco que hace junto al verde mar; hoy era casi una obligación por el calor tan fuerte que se sentía. Estuve desde la mañana hasta esta tarde, así que me levanté, sacudí la amarilla arena de mi cuerpo y me vestí despacio, sin prisa, con mi ropa azul. Cuando me puse mis botas cafés, estaba listo para continuar mi recorrido por este alegre puerto. Comencé a caminar sobre la larga y gris avenida hasta llegar al melancólico malecón azul. Deambulando por las calles se ve el verde por todos lados, el tono oscuro del pasto de los camellones o el de los árboles con sus diferentes matices de claros. En contraste con ése color, está la amplia gama de las diversas flores.
Llegué al centro del puerto, eran las cinco de la tarde, me metí en el “El Gran Portal”, una cafetería que está justo frente a la Catedral, pedí un café americano. Mientras esperaba mi bebida, evoqué lo acontecido al medio día en la playa, sentí que algo muy especial había sucedido. Recordé que, cuando recostado tomaba el sol, observé un poste enterrado en la arena, frente donde me encontraba, me pareció significativo para mí pero no tenía claro qué representaba; más las gaviotas y las palomas, que se peleaban por los trozos de pan que algún turista lanzó al aire, me distrajeron de aquella meditación. Entonces me dediqué a ver el paso de todo tipo de vendedores: los de juguetes, de camisetas, de artesanías; aquellos que vendían cacahuates o pescado, hueva, naranjas, volovanes, o los que ofrecían tamales, tacos de guisado, nieves; que junto a los que llevaban colchones inflados, aviones de unicel, hamacas y los que escribían tu nombre en un grano de arroz, convirtieron todo ante mis ojos en un mercado de grandes esculturas de arena cobrando vida. Esos vendedores, bajo el sol a plomo, parecían fantasmas de brillantes y abundantes colores, surgidos entre las ondulantes y borrosas visiones provocadas por las intensas radiaciones del sol de mediodía.
Esas nebulosas visiones se mezclaron con aquella que percibía del tronco enterrado. Aquella imagen la trataba de discriminar, en mi mente, de entre todas las imágenes que vislumbraba en ese conglomerado de impresiones que saturaban mis sentidos. Sin embargo, mis pensamientos se distrajeron y nuevamente olvidé la interrogante causada por el madero en la playa. Me dediqué a ver las mesas sobre la playa, que, bajo grandes sombrillas de amplias franjas naranjas y azules, albergan a las parejas tomando cerveza, a los grupos de amigos o a las familias platicando. En algunas mesas se acercaban las gitanas, esas mujeres con largos vestidos y con la cabeza cubierta; con su mirada misteriosa y la fisonomía característica de esa raza errante. Cuando ellas ofrecían leer la mano de alguien, la persona aludida, no sabía como decir que no. Entre el temor, más por prejuicio que por otra causa, y la fascinación por descubrir la suerte, existe un cordón muy débil que siempre se rompe por el atractivo de conocer qué pasará. Así cómo las sirenas atraían a los marinos, prometiéndoles el Conocimiento, las gitanas atraen a las personas que esperan alguna buenaventura.
Al comparar a las gitanas con las sirenas, mi mente regresó a lo que estaba pensando inicialmente, a la incógnita de ese tronco frente a mí. Entonces percibí un lejano canto, un susurro filtrándose en mi alma, creí contemplar en la lejanía del mar movimientos poco nítidos. Sin embargo mi distracción nuevamente me alejó de esas percepciones. Sentado en la arena, vi a los bañistas, entre los que había quienes se metían al mar con traje de baño, otros en ropa de calle, pero todos querían estar en el mar. Me llamó la atención la música, las canciones, las voces altisonantes y las carcajadas de la gente que, en las mesas de plástico, con manteles de plástico y sillas de plástico, bajo las sombrillas de colores, se divertía. La gente platica, bromea, canta en su propio círculo sin importarle lo que sucede a su alrededor, sin ver a otras personas, sin oír el bullicio de los demás.
Desde mi posición, pude ver niños orinando en la orilla del mar, peinadoras de trenzas, gente tomando fotografías con cámaras instantáneas; esas fotos en donde, cuando las revelan, los personajes fotografiados están tan pequeños, tan oscuros, que es difícil saber quienes son. Vi a más vendedores, a los de cocos, los de aguas de sabores y los de raspados, los de las glorias y diablos.
Sol, luz, cielo, mar, palmeras, aves, música, alegría, pero sobre todo, Veracruz es calor. Pero aunque había mucho sol, podía nublarse, llover y hacer viento en cualquier momento, eso es lo que da variedad al clima y lo hace diferente a la vez que atractivo, ya que evita la monotonía, además, cuando comienzas agobiarte por el calor, la brisa de algún norte te refresca.
Ahora, aquí, de tarde, en este “Café del Portal”, ya me trajeron mi bebida caliente, y el primer sorbo, hizo que recordara nuevamente el madero en la arena. De pronto lo relaciono con el mástil de un barco de vela, entonces recordé el episodio de la Odisea, donde Ulises ordena lo aten al mástil de su nave. Considero que la arena es la nave y el madero el mástil. Me veo, al estar envuelto en todo lo que mis sentidos recogían de mi entorno, como en un océano tempestuoso, como si yo estuviera atado a ese palo, aferrado. Ese sentido del significado del madero en la arena, da un vuelco a mi estancia en Veracruz. Ahora comprendo que, en el fondo, al decidirme venir a este puerto, lo que me atraía era la idea de encontrarme con Melusina, la Sirena “arquetipo de la intuición genial, en lo que ésta tiene de advertidor, constructivo, maravilloso, pero también enfermizo y maligno”*. Así, espero su llegada, vendrá para hechizarme. Pero cambio la historia, en lugar de ir hacia ella, aguardo por verla, la espero desde el medio día hasta la hora nona. La espero ver salir del fondo del mar. Por eso la veré hasta en la espuma confundida con su cabello, la oiré en el horizonte nebuloso envolviéndome en la penumbra de mis deseos. La imaginaré con sus ojos apenas separados por su idílica nariz, con su bella sonrisa, con su larga cabellera. Por eso, mirándole en mi mente, lanzaré la red para atrapar las olas que se forman a lo lejos, esas olas que poco a poco lamen suavemente la arena, mientras la espuma dibuja la silueta de mi espejismo.
Escuché su canto en la mañana cuando estaba en la arena, sin embargo, las visiones que me fascinaron en la playa, esa multiplicidad de formas y colores, no me permitieron tener la claridad para descubrir si en verdad me llamaba, si en verdad llegaba. Pero aquí en este momento, en esta cafetería, la sensación de esa espera se me reveló. Absorto estaba en mi imaginación cuando un brusco movimiento de la mesa me devuelve a la realidad; apenas miro a la mujer que tropezó; ella sin fijarse continuó de largo; no le di importancia a ese hecho, sólo lamenté que me haya sacado de mi fascinación. Pedí otra taza de café, mientras lo traían, cogí mi libro disponiéndome a leer. Emprendí la labor de devorar letras, sílabas, frases y oraciones; esos párrafos que llenaban los momentos en los que no estaba yo dentro de mi mente.
Llevaba la cuarta parte de mi libro cuando llegó Carlos, un psicólogo amigo mío. Al igual que yo, era maestro en la Universidad. Dejé de lado mi lectura, para comenzar, como cada ocasión en que nos reuníamos, a platicar amenamente; recorrimos todos los tópicos acostumbrados, las calificaciones, los alumnos, las noticias del día, los amigos, las familias, las propuestas y proyectos de trabajo, las mujeres, las mujeres, siempre las mujeres. Comentó Carlos sobre las diferencias de genero en cuanto a las formas de razonamiento, dijo que mientras ellas son muy analíticas y persisten en una misma idea hasta quedar convencidas, los hombres somos más lógicos y decidimos de manera inmediata. Durante largo tiempo la plática continuó en torno a ellas. Para refrescarnos del intenso calor de esa tarde, que continuaba a pesar de los ventiladores de la terraza de la cafetería, pedimos dos cervezas y continuamos nuestra charla sobre las mujeres.
Durante la platicaba con Carlos, en algún momento me percate de Ella, de la que había tropezado con mi mesa. Sólo había visto de reojo su vestido, pero como era muy floreado, rápidamente lo identifique cuando lo volví a ver. Ella era de estatura alta, creo medía un metro setenta y cinco, delgada, blanca con su tez bronceada, ojos verdes, de boca grande y labios carnosos; su cabello rojo, se mecía al movimiento de los ventiladores. Ella leía, se notaba muy interesada en su lectura, de vez en vez subrayaba su libro. A lo largo de la plática con mi amigo de cuando en cuando la volteaba a ver; su presencia no pasa desapercibida, pero había algo que, a mí, me atraía aún más, algo más que su físico; era como si percibiera un llamado que salía de ella, pero no abría la boca ni me veía. Sin embargo sentía que me llamaba, me pareció escuchar mi nombre.
Mi amigo se fue y yo esperé hasta muy tarde, casi estaban por cerrar el lugar cuando salió. La seguí sin que lo notara. Entró en el Hotel Diligencias y fue a la tienda de fotografía, yo entré detrás de ella. Aparenté buscar un rollo para mi cámara. Ella compró una tarjeta de memoria para su cámara digital. Por momentos escuchaba lejano, pero claro, mi nombre, sabía que era ella la que me llamaba. Giré y crucé mi mirada con la suya, sus claros y grandes ojos me electrizaron. No había visto belleza igual en toda mi vida. “Hola”, fue acompañado con una linda sonrisa. Yo me quedé mudo, su voz penetró en mí ser como cascada, de golpe, y llegó a mi cerebro lento, muy lento, igual como pausada fue mi respuesta: “hola…” lo único que alcance a decir. Después de un rato le pregunté si encontró todo lo que buscaba, claro que no atinaba a saber como proseguir la conversación y por eso me asumí como si fuera el vendedor. En cambio ella, muy segura de sí, comenzó hablar de muchas cosas, las palabras le fluían fácilmente y yo sólo atinaba a responder: si, no, tal vez, creo que sí. Hasta que tocó el tema de la fotografía, me animé a platicar y el monólogo se volvió diálogo.
-Me gusta la fotografía, es algo apasionante que me llena de satisfacciones- Me dijo.
-Claro que yo aún no uso la cámara digital-
-Tiene sus grandes ventajas, aunque necesitas estar muy actualizado, la tecnología cambia muy rápido-
-Creo que por esa razón sigo con la cámara de rollo-
Si quieres podemos ir a tomar fotografías mañana. Cuando dijo eso, pensé que podríamos sacar alguna instantánea del mar, pero prefirió que fuéramos a los Portales.
Muy temprano llegué al encuentro matinal. Ella ya se encontraba esperándome. Caminamos sin palabras, como si fuéramos añejos conocidos, como si el tiempo vivido lo hubiéramos transitado juntos, sin necesidad ahora de comentario alguno porque conocemos la rutina. Sacamos diversas tomas; de los edificios, de las palomas, de la gente, de nosotros. Ella se veía divertida, con emoción contagiosa. Yo la admiraba, procuraba retratarla cuantas veces podía; algunas fotos las tomaba a sabiendas de ella, otras, furtivamente, destacando su bello cuerpo o su cara misteriosa. Afortunadamente llevaba suficientes rollos para estar todo el día fotografiando lo que estuviera al alcance de mi lente, por supuesto, en primer lugar Ella.

flores serie II











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